PADRE NUESTRO... Dice el Padre Torres que en la Religión entra una parte dogmática, una parte moral y, por último, una parte sentimental. Aclara que, los protestantes llegaron a separar el dogma y la moral, y se quedaron sólo con el sentimiento. Por eso, cuando quieren decir lo que es la religión, se limitan a explicar lo que es el sentimiento religioso. Se quedan con una religión mutilada, suprimiendo de ella lo más noble: el dogma y la moral. El dogma y la moral son el tronco y las ramas del árbol frondoso de la religión; pero el sentimiento es savia que lo hace reverdecer y llenarse de flores. Entre todos los sentimientos ocupa lugar preeminente el de la piedad.
¿Pero qué es el sentimiento de la piedad? Es difícil expresar el sentimiento del corazón, hasta tal punto que en ocasiones no tenemos para expresar el sentimiento otro lenguaje que un silencio profundo, por lo cual vamos a usar la analogía. Nosotros tenemos un corazón que sabe amar: amará el bien o el mal, amará ordenada o desordenadamente; pero sabe amar. Entre los amores que siente nuestro corazón hay uno que llamamos filial, cuyos caracteres lo distingue de todo otro amor. Si queremos condensar todos los sentimientos de ese amor en una sola palabra, nos valemos de la palabra piedad. Piedad significa de un modo muy condensado el conjunto de relaciones sentimentales que hay entre el corazón de un hijo y el corazón de un padre.
Ahora bien, como hay una piedad para con los padres, también la hay, y con más razón, para con Dios. Sabemos por la Revelación que somos hijos de Dios, y apoyándonos en esa verdad, transportamos a Dios del modo conveniente todo ese conjunto de afectos que hacia nuestros padres llevamos en el corazón, y así, de la piedad humana, nos elevamos al conocimiento de la divina. Este sentimiento de la piedad es tan admirable que, cuando entra en un corazón, se puede decir que entra en él la plenitud de la vida religiosa. Según San Pablo, Dios es tan realmente nuestro Padre, que es la fuente de donde mana toda otra paternidad. (Ef.3,14-16)
Jesús, que solía comenzar sus oraciones invocando el nombre de su Padre, quiere que en las nuestras hagamos lo mismo, para que el sentimiento de nuestra piedad sea el alma de nuestra oración; quiere que hablemos con Dios como hijos con su padre. Pero siendo consecuentes, porque ¿qué amor de hijos pondríamos en nuestras palabras si, llamamos a Dios Padre con los labios si mancilláramos su gloria con nuestras obras? Mereceríamos que Dios nos dijera: “Si soy vuestro Padre, ¿dónde está la honra que me corresponde? (Mal. 1,6)
Cuando Jesús habla con los discípulos, dice: “Mi Padre y vuestro Padre”, para indicar que Él es hijo por naturaleza y nosotros por adopción. Cuando decimos “Padre nuestro”, no confesamos únicamente que los hombres somos hermanos, sino que expresamos un hondo sentimiento de caridad. Una fase del amor que une los cielos y la tierra.
AMOR, UNIÓN Y PAZ (De Lecciones Sacras del Padre Torres, tomo 2) |
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