...QUE ESTÁS EN LOS CIELOS... El Señor, para hacernos sentir la majestad de Dios, en la invocación del Padrenuestro, empleó las palabras “que estás en los cielos”, para que miremos a Dios con reverencia, en la plenitud de su grandeza y gloria. En estas palabras notamos un sentimiento de ausencia, de cierta distancia entre Dios y nosotros, cierta ausencia de Dios. Dios mora en los cielos, mientras que nosotros vivimos en la tierra. San Gregorio Niseno alude a cierta relación entre estas palabras “Padrenuestro que estás en los cielos”, y las palabras con que el hijo pródigo se hablaba a sí mismo de la casa paterna. Estamos ausentes de Dios, como estaba ausente el hijo pródigo de su patria y de su hogar. Esta semejanza se hace más estrecha al pensar que el pródigo se había alejado voluntariamente de la casa paterna; pues nosotros, además de estar lejos de Dios, a veces nos alejamos más por nuestros pecados. Cuando así sucede, nos invade el corazón el sentimiento que invadía el corazón del hijo pródigo al acordarse de su padre y de la casa paterna; nos consideramos unos hijos que hemos huído del hogar, que estamos en tierra extraña, lejos de su padre, y hasta, puede ser, que estemos deshonrando el nombre del padre por caminos de perdición. Esto no solo lo sentirán los pecadores, sino las almas santas, porque cuanto más grande sea la santidad de una criatura, tanto más sentirá y llorará la ausencia de Dios. Este sentimiento de ausencia, más o menos profundo, hay en las palabras “que estás en los cielos”. Pero sentirnos ausentes es en nosotros muy distinto del sentimiento de ausencia que tienen los réprobos. Estos, los réprobos, están ausentes de Dios sin esperanza de volver a Él; y nuestra ausencia no es desesperada como la suya, sino llena de esperanza, en cumplimiento de aquellas palabras de San Pablo, cuando dice: “Nuestra ciudadanía está en los Cielos” (Fip.3,20). Podemos hablar de ausencia, porque todavía se interpone entre Dios y el alma el velo tupido de la FE. Hay que considerar y profundizar en esa oración divina, y veremos con qué sencillez va enseñando cuanto necesitemos saber acerca de la oración. Al fin y al cabo es Jesucristo el que enseña aquí, y Él es la verdad divina. Al enseñarnos a orar, no se ha contentado con decirnos cosas rudimentarias, sino que nos ha enseñado todo lo que necesitamos saber a cerca de la oración, todo lo que necesitamos para vivir plenamente la vida de oración. Nos ha enseñado todo. Y llegar a esa plenitud es para nosotros entrar en esa nueva vida, en esa sagrada vida de unión con Dios, que tan olvidada tienen los hombres. Hay que expresar gratitud, porque Dios se digna comunicarse así a nuestra flaqueza, y esperanza de que la vida de oración nos alcance el Cielo.
QUE MI DIOS QUE MORA EN EL CIELO, MI DIOS DE INFINITA MAJESTAD, SE DIGNE CONVERTIR MI CORAZÓN EN TEMPLO SUYO. AMOR, UNIÓN Y PAZ (De Lecciones Sacras del Padre Torres, tomo 2) • M.S.G. 16-10-25 – CONTINUAREMOS CON: “SANTIFICADO SEA TU NOMBRE.” |
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