RESURRECCIÓN.4
Podemos adentrarnos en su alegría:
En su dicha sin medida, al ver delante de ellos, a quien tanto habían deseado,
El mayor amor de su corazón.
Y ahora, pensarían,
Aquellos años en la Tierra, con más o menos tribulaciones, ¿Qué les parecerían?
Benditos trabajos y sufrimientos, que tenían como compensación,
La vista de Jesús coronado de gloria.
Qué les parecerían los goces sin medida de la Tierra,
Puros engaños, y sentirían compasión de las almas, que no estaban allí con ellos, por haberse perdido.
En la Resurrección:
Todo se va transformando:
El alma de nuestro Señor,
El Seno de Abrahán,
El corazón de los bienaventurados,
El Cuerpo de Jesús.
Entremos en el sepulcro, en el momento anterior a la Resurrección:
Es de noche, está en gran soledad, sólo estaban los soldados para impedir el robo del cuerpo por sus discípulos.
En aquella soledad, descansa el cuerpo del Redentor:
Contemplémosle:
Lleno de llagas, desfigurado,
Envuelto en lienzos y perfumes,
No hay corrupción, porque no es carne de pecado,
Pero está con las huellas de la Pasión.
Cuando llega el momento,
El alma de Jesús entra con su ejército glorioso:
Mira a su cuerpo como fiel colaborador de sus obras santas, como el que mira a un amigo.
¡Con qué gozo veía iba a rodear todo en gloria!
Como el alma es quien da vida:
El alma de Jesús,
Abrazándose con el cuerpo,
Le infundiría vida, y
Lo transfiguraba,
Desapareciendo toda señal;
Tan sólo quedaron las llagas,
Como trofeos de victoria.
Pues, en este misterio, hemos de ver:
La glorificación que Dios realiza en su Hijo.
Ya, Jesús, no ciñe corona de espinas, sino corona de gozo.
No está en manos de sus enemigos,
Sino entre ángeles y santos,
En la gloria de su Padre.
(SEGUIRÁ)
M.S.G.
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