...SANTIFICADO SEA TU NOMBRE...
Las peticiones del Padrenuestro empiezan con las palabras “santificado sea tu nombre”.
San Agustín afirma que en la divina oración del Padrenuestro no sólo se piden todas las cosas que rectamente podemos desear, sino que se piden por el orden que deben pedirse.
Según esta oración, debemos ordenar los afectos de nuestro corazón. Primero debemos desear nuestro fin y luego las cosas que al fin conducen. Nuestro fin es Dios, y por eso a Él se han de dirigir nuestros deseos ante todo lo demás.
Si tenemos verdadero conocimiento de Dios, veremos, como se ven las verdades más evidente, que su Gloria Divina es lo primero. Y si amamos sinceramente a Dios, la primera solicitud de nuestro corazón ha de ser también su Gloria.
La Iglesia nos explica las maneras que Dios se manifiesta a los hombres: La Creación, La Revelación contenida en las Sagradas Escrituras y la misteriosa iluminación con que Él se digna darse a conocer de un modo íntimo a las almas.
Nosotros lo expresamos con una simplificación usando la palabra Nombre. El Nombre nos dice y no nos dice lo que es Dios.
Nos lo dice, porque lo que conocemos de Dios, mediante la múltiple manifestación Divina, es verdad. No nos lo dice, porque Dios es infinitamente más de cuanto nosotros somos capaces de conocer.
El verbo santificar, tomado en su significación bíblica, sugiere el conocimiento y reverencia del nombre de Dios.
La expresión plástica de este sentido la encontramos en la visión de Isaías: “...los serafines cantaban a coro: Santo, Santo, Santo el Señor de los Ejércitos, llena está toda la Tierra de su Gloria...”(Is.6,1-4)
Las aclamaciones de esta sublime visión son la santificación del nombre de Dios que tiene lugar en el Cielo y a cuyo ejemplo ha de ser la de la Tierra.
Así ha de desear cada alma santificar el nombre de Dios, y así ha de pedir que lo santifiquen todas las criaturas.
Al pedir a nuestro Padre Celestial que su nombre sea santificado, nos recordamos a nosotros mismos la obligación que tenemos de santificarlo con toda nuestra vida.
Pensemos, si nuestra vida es así, si en efecto nuestros hermanos, viendo nuestras obras buenas, se ven forzados a glorificar a Nuestro Padre que está en los Cielos.
Y si no es así, recordemos la queja amarga que por boca de Isaías nos dirige el Señor: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí.” (Is.29,13)
Esta es la gigantesca labor apostólica, llevar el nombre de Dios hasta los confines de la Tierra, función que le adelantó a Ananías de la misión que tenía preparada para Saulo “...para llevar Mi Nombre delante de todas las naciones...”(Hch.9,15).
Continuamente se alza el clamor de esa glorificación en el seno de la Iglesia.
Pero el acento más puro de esos clamores es aquel que decía el Señor a Ananías, hablando de Saulo (Pablo): “Yo le haré ver cuántos trabajos tendrá que padecer por Mi Nombre” (Hch.9,16)
¿Cómo repetimos nosotros la primera petición del Padrenuestro? ¿Decimos con ella a Dios el enojo y rutinario hastío de un corazón que solo sabe arrastrarse por la tierra? ¿Lleva quizá los latidos delicados de un corazón puro? DIOS LO SABE. Pero bueno será que nos lo preguntemos.
AMOR, UNIÓN Y PAZ
(De Lecciones Sacras del Padre Torres, tomo 2)
• M.S.G. 19-10-25 – CONTINUAREMOS CON: “...VENGA TU REINO...”

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