sábado, 15 de noviembre de 2025

 


LA OBEDIENCIA

EL QUE OBEDECE NUNCA SE EQUIVOCA”

  • ¡Qué difícil es cumplir con la obediencia!

  • ¡Tenemos tantos ejemplos en la Biblia de lo que le desagrada a Dios la desobediencia!

  • ¿No quiere mejor Yavé la obediencia a sus mandatos que no los holocaustos y las víctimas? Mejor es la obediencia que las víctimas. Y mejor escuchar que ofrecer el sebo de los carneros. Tan pecado es la rebelión como la superstición, y la resistencia como la idolatría. Pues que tú has rechazado el mandato de Yavé, él te rechaza a ti como rey.” (1S. 15, 22-23)

  • Por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos se constituirán en justos” ( Rom. 5,19)

  • “… pues para esto os escribo, para conocer vuestra virtud, a ver si sois obedientes en todo.” (2Co. 2,9)

  • (De los Ejercicios Espirituales del Padre Alfonso Torres, Tomo III,):

  • Sobre todo quiero haceros notar una cosa que no siempre se ve, y que, sin embargo, es trascendental. El acto de fe que hacemos cuando creemos en lo que Dios nos dice es muy santificador.

  • Pero fijaros en lo que dice la Sagrada Escritu­ra: “Et daemones credunt et contremiscunt” (Sant 2,19); o sea: “También los demonios creen y se estremecen”.

  • ¿Por qué nues­tro creer es fundamento de nuestra santificación y es agrada­ble a Dios, y el creer de los demonios no lo es, pues más bien les es ocasión de mayor obstinación?

  • La razón es que los demonios creen como constreñidos por la evidencia; ven que lo que Dios dice es verdad, y no pueden negarlo, y, aunque quisieran rebelarse para no creer, no pueden.

  • De modo que no creen porque se fíen de Dios, sino que creen porque la fuerza de la evidencia les obliga.

  • Es algo parecido a lo que ocurriría si un criminal se presentara delante de un tribunal contan­do sus crímenes. Por ser criminal no merecería crédito; pero, si se le oye hablar contra sí mismo, se le cree, porque en aquel caso se juzga que dice verdad. No se le tiene por hombre ve­raz, pero se juzga que en aquel caso dice verdad. Pues bien, los demonios creen de un modo parecido a éste.

  • Quienes antes de obedecer necesitan cavilar para persuadirse de que acierta quien manda, obedecen de una manera se­mejante.

  • Las personas que obedecen filosofando mucho sobre lo mandado, discurriendo si es así o no es así, si es de esta manera o de la otra manera, se rinden, sí, cuando al fin obe­decen, pero se rinden porque se han convencido. Y hasta que le convencen no se rinden.

  • Y, claro, esto significa, no que se entregan a la obediencia, sino que se entregan a la propia convicción, al propio juicio. Han llegado a persuadirse de que lo mandado es lo mejor, y por la persuasión que tienen de que aquello es lo mejor, obedecen.

  • En cambio, las personas que obedecen sólo porque la palabra de la obediencia es la palabra de Dios, honran en ello a Dios. La palabra de Dios recibe una honra tanto mayor cuanto mayor es la sumisión del propio juicio que se ejercita al aceptarla.

  • Esta obediencia es muy meritoria, es agradabilísima a Dios Nuestro Señor. La otra no es propiamente obediencia, ya que, más que la voz de Dios, se obedece a la propia convicción.

  • Hay que obedecer sin mirar si el que manda se equivoca o no, salvo cuando lo que nos mandan es claramente pecado. Prescindiendo de este caso, Dios quiere que nos sometamos a la obediencia.

EL QUE OBEDECE NUNCA SE EQUIVOCA”

  • M.S.G. - 15-11-25 (SEGUIRÁ)

 

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